sábado, 5 de junio de 2010

Equidad de Género ¿Es posible dentro de un Estado Capitalista?

No cabe duda que si hay un tema que ha inquietado sobremanera a los movimientos feministas de todo signo es el evasivo y complejo concepto llamado "equidad de género", generándose interminables disputas y debates, tanto teóricos como políticos. Esta situación ha hecho todavía más relevante la discusión sobre aspectos éticos: la justicia, la libertad y la dignidad femeninas.

Nos interesa en esta ponencia plantear que para nosotras es casi un imposible lograr la equidad de género en Estados capitalistas. Por Estados capitalistas estamos entendiendo, como se sabe, aquéllos donde impera la propiedad privada, donde existe el trabajo alienado que genera plusvalía, donde una clase privilegiada explota a las demás, donde el lucro prevalece sobre la solidaridad. El capitalismo es un sistema socioeconómico-cultural que se nutre y se reproduce, precisamente, gracias a las desigualdades sociales; se trata de un sistema no solamente opresor sino también racista y sexista que excluye de toda capacidad de decisión política y del goce y el disfrute de una vida digna a las mayorías empobrecidas del mundo, formadas por mujeres y hombres, mayorías que el mismo capitalismo ha contribuido a empobrecer.

Aunque el capitalismo no inventó el patriarcado, su advenimiento ha traído consigo la profundización de todas las desigualdades heredadas, que ya existían en la sociedad, pero lo más importante ha creado nuevas de manera continua. Pero, existe una condición en la actualidad que ha incidido en un cambio de tipo cualitativo en el patriarcado contemporáneo y es el hecho del carácter global, mundial y prácticamente omnímodo y hegemónico del binomio capitalismo-patriarcado. El individualismo, el egoísmo, la especulación, la negación de la diversidad y el consumismo globalizados son las "huellas dactilares" del capitalismo hoy día, mientras la fuerza de trabajo femenina se ha convertido en la más explotada. Esta condición ha fortalecido como nunca antes, y auspiciado, viejas y nuevas instituciones y prácticas patriarcales y, simultáneamente, ha perpetuado y hecho cada vez más fuertes los prejuicios culturales hacia las mujeres que existen desde hace milenios. Y ha hecho todo esto de manera solapada y con careta, bajo la consigna de la supuesta "igualdad de oportunidades" para todos y todas, apelando a la "democracia" y a los "valores democráticos".

En el capitalismo contemporáneo, las mujeres hemos pasado de estar encerradas y sometidas en nuestros hogares criando a nuestros hijos e hijas y atendiendo a nuestros esposos, con nuestras necesidades materiales y espirituales supuestamente "cubiertas" por un compañero proveedor, sin que ese trabajo fuese reconocido como tal, a vender más barata nuestra fuerza de trabajo que nunca, a realizar dobles y triples jornadas laborales, a tener menores oportunidades que los hombres en el mercado de trabajo, a ser convertidas en mercancías por las industrias transnacionales que fijan un modelo estético de representación que debemos seguir, aunque al hacerlo esto atente contra nuestra propia salud, a no ser consideradas más que personas consumidoras de productos, etc. Y esos cambios los hemos asimilado y asumido sin abandonar el trabajo doméstico; seguimos pariendo, cuidando nuestros hijos e hijas, a enfermos y enfermas, a ancianos y ancianas, manteniendo limpios nuestros hogares, garantizando la salud de todos y todas los que viven en ellos, y un largo etcétera. Seguimos siendo consideradas por la sociedad, entonces, "la luz del hogar" como se decía de manera cursi en el siglo XIX y la primera mitad del XX, con el añadido de que ahora somos más explotadas económicamente.

Ahora, ¿Por qué decimos que en el capitalismo no puede existir la equidad de género? Sencillamente porque un sistema como el capitalista, estructuralmente desigual, no puede propiciar ninguna forma de igualdad social. Ello sería equivalente a pedirle al capitalismo que no base su existencia en la explotación de una clase social sobre las demás. Es necesario recordar que la inequidad de género ha devenido consustancial con el sistema capitalista. ¿Cómo esperar que el sistema más inicuo y desigual que ha existido hasta ahora en la humanidad pueda llegar a reconocer y propiciar cualquier forma de equidad?.

El sistema capitalista actual ha afinado su capacidad para rediseñar y resignificar para el mercado las formas de participación de los géneros en la vida económica, política y social. Puesto que ello es así, no basta con críticas resignadas o reformas parciales, que no amenazan al sistema y por tanto son toleradas y a veces auspiciadas por él.

Mercado, Publicidad y Equidad de Género

Aunque la comunicación mercantilizada apela a través de la publicidad a un público heterogéneo, las mujeres hemos devenido su principal target, ya que somos las principales consumidoras. Las mujeres y los hombres se ven afectados de forma distinta por la publicidad, por lo que unas y otros desarrollan tácticas diferentes en sus relaciones con el mercado, sobre todo si consideramos que nosotras somos las principales encargadas del abastecimiento familiar y, como ya se dijo, las que mayormente tendemos a ajustarnos al modelo de belleza que se publicita. En tal sentido, las compañías transnacionales dedicadas a la "belleza femenina" reconocen que las mujeres de América Latina consumimos un 84% de los productos de belleza (mucho, muchísimo más que en Europa, Asia y EEUU), no obstante que el consumo de tales productos por parte de los hombres latinos se ha incrementado también en las últimas décadas. Se considera que, en general, las mujeres compramos el 85% de todo lo que se vende, además de influir en la compra de otro 10% adicional.

La comunicación mercantilizada se ha convertido en uno de los principales instrumentos de alienación femenina de las industrias culturales ya que la publicidad no puede separarse de los intereses capitalistas que encubren por cierto toda una gama de acciones de los medios en general.

Ello nos lleva a afirmar que el mercado y que la economía de mercado es la negación de la equidad de género. Éste funciona dentro de una racionalidad socio-productiva donde todo: personas, salud, viviendas, incluso ideas, es mercancía, donde todo adquiere valor de cambio según su posibilidad de cotizarse en el mercado. La publicidad despliega los cuerpos femeninos con el objetivo de convertirnos a todas (y a todos) en consumidores de productos materiales. Simultáneamente, ofrece ideología a través de la aceptación y popularización de formas de concebir el mundo así como de esquemas de vida que afectan las relaciones familiares e imponen un modelo de mujer (Vargas, 2008, en prensa). Todo ello tiende a aislarnos y desmovilizarnos.

La publicidad ha implicado la invasión totalizadora de los espacios comunes por parte de los intereses y deseos privados, sostenidos por las industrias culturales transnacionales. Usualmente, va dirigida a hombres, heterosexuales, por lo general blancos o que se consideran de ese color, y a mujeres en busca de ascenso social, y que ven en las representaciones que la publicidad transmite los modelos de éxito; en tal sentido, la publicidad se desarrolla en el espacio público burgués, el mismo desde donde millones de mujeres renuncian a su diversidad a favor de la uniformidad y homogeneización (Vargas, 2008, en prensa).

La publicidad persuade a una mayoría de mujeres hacia un consenso en torno a una determinada representación de sí mismas. Naturaliza, así mismo, los papeles femeninos tradicionales en la sociedad. Simultáneamente, les señala nuevos papeles, convenciéndolas de su irrevocabilidad, al menos si desean ser exitosas. Esta homogeneización en torno a un modelo estético de representación ideal para el ascenso social trae consigo, coetáneamente, una homogeneización en las formas de conducta, modos de comportamiento y sobre todo de maneras de ver el mundo.
Ante este panorama que ofrece la publicidad en el capitalismo actual, sería deshonesto y tramposo plantear que es posible lograr una verdadera equidad de género dentro de este sistema socio-económico-cultural.

Las Reformas y la Necesidad de una Revolución

Para nosotras las reformas acometidas por cualquier sociedad capitalista han significado –entre otras cosas-- emprender modificaciones en la relación existente entre las mujeres y el Estado; sin embargo, modificar no significa transformar.
Habiendo asentado previamente que es necesario transformar el capitalismo hacia otro sistema social-económico y cultural, debemos plantearnos cómo crear ese otro sistema social-político-económico, y no olvidemos cultural, que esté basado en la inclusión económica, política y social de las mujeres en igualdad de condiciones que los hombres, es decir, en donde exista la equidad de los géneros. Muchas y muchos pensamos que ese nuevo sistema podría ser el socialismo. Pero, en este sentido, es bueno advertir que los Estados socialistas surgidos en el siglo XX no llegaron ni han llegado los que continúan en el XXI a producir la liberación de las mujeres. En todos los casos, continuaron y todavía la mayoría de ellas continúan dominadas, subvaloradas, sometidas a formas de discriminación y en muchas ocasiones a maltratos físicos o psicológicos. O sea, que no podría tratarse de un socialismo similar a ninguno de los conocidos hasta ahora.

También es necesario señalar que tampoco con las reformas que se han realizado dentro de los Estados capitalistas ha ocurrido la ansiada liberación femenina. Es cierto que en esos países –gracias a las luchas y presiones feministas-- muchas mujeres ocupan cargos de poder político, que en las empresas existen muchas ejecutivas, que prácticamente en todos esos países se considera "políticamente incorrecto" discriminar a las mujeres, pero en la realidad, la mayoría de las mujeres sigue teniendo una posición disminuida, reciben menor salario que los hombres al realizar el mismo trabajo, siguen estando sometidas al trabajo doméstico no remunerado y a la violencia en el hogar y pare Ud. de contar.
Como ha apuntado D´Atri (2006) todavía "…el conjunto de las mujeres padece discriminaciones legales, educacionales, culturales, políticas y económicas…"
Estas consideraciones nos llevan a preguntarnos ¿Existe una relación recíproca y necesaria entre sistema socio-económico-cultural y liberación femenina? Creemos que sí.

Para entender nuestra posición es importante que veamos lo que ha sucedido en el capitalismo.

Sin caer en una posición negativa y pesimista que nos lleve a la inacción total, cabe sospechar que, como señalara Andrea D´Atri (2007), dentro del capitalismo no pueden haber sino reformas en lo que concierne a la liberación de las mujeres. Si se nos perdona la tautología, la acción emancipadora de las mujeres requiere de un programa emancipador; pero es muy difícil –si no imposible-- lograr ese programa solamente con reformas, sin abordar el problema de las clases sociales, pues como apunta la misma autora, existen contradicciones internas dentro de esas clases que obedecen a razones no económicas como son las de género.

Ello nos obliga a hacer una advertencia: Las reformas pueden llegar a producir lo contrario de lo que se busca, pues llevan con frecuencia a la desunión, o bien a un optimismo exagerado, pueden actuar como narcóticos para mantenernos medianamente satisfechas o llevarnos al desencanto y la amargura y, la más peligrosa de las veces, a la complacencia o a la resignación, ambas condiciones que traen consigo la temible secuela de la inacción y falta de solidaridad entre nosotras.

Las medidas para lograr la equidad de género mediante las reformas que se han planteado dentro de muchos Estados capitalistas se han basado en la noción burguesa de desarrollo como horizonte a alcanzar, al logro de una democratización de ese tipo de desarrollo más que a la búsqueda de una solución original y revolucionaria a los innumerables problemas específicamente femeninos. Dichas reformas –en casi todos los casos-- han devenido en maneras de congelar los cambios históricos, de promover los cambios adjetivos como si fuesen en verdad cambios sustantivos, de querer hacer ver los cambios en la cantidad de las cosas como si fuesen cambios en su calidad. Sin embargo, es justo reconocer que ellas (las reformas) –a pesar de ser lentas y en ocasiones conflictivas—parecen conformar soluciones parciales que han permitido lograr algunas ventajas para las mujeres; no obstante, hacer depender la liberación femenina del desarrollo capitalista --por "democratizado" que esté—implica, de entrada, un sesgo que vicia el proceso y no resuelve el fondo del problema, porque esa liberación no será lograda solamente con la conquista de algunos derechos democráticos, sociales y políticos (Vargas Gonzáles, 2007).

Un rasgo fundamental del capitalismo es la pobreza de las mayorías. Hasta ahora en los llamados países del tercer mundo las políticas seguidas para lograr la meta de reducir la pobreza y de alcanzar la equidad de género no han estado relacionadas entre sí. Se ha obviado, por lo general, que las desigualdades de género intensifican la pobreza y que éste ha sido un factor que ha perpetuado esta lacra de generación en generación, lo que ha menoscabado la capacidad de millones de mujeres para superar precisamente la pobreza. Las desigualdades sociales basadas en las diferencias de género han impedido a millones de mujeres en el mundo aprovechar oportunidades que las harían menos vulnerables a la pobreza en situaciones de crisis. Todo lo anterior ha sucedido a pesar de que existen leyes que supuestamente protegen a las mujeres, pero en la realidad son utópicas y no verdaderamente eficaces.

Para entender mejor nuestra posición sería necesario responder a la pregunta ¿A qué nos referimos cuando hablamos de reformas?.

Sin dejar de reconocer que las reformas en muchos países –capitalistas y socialistas-- han venido a socorrer un profundo vacío, es obvio sin embargo que la solución de los problemas que nos aquejan a nosotras las mujeres no se agota con ellas. No obstante, las dichas reformas ofrecen soluciones prácticas e inmediatas a los innumerables problemas específicos de las mujeres y atienden varias de nuestras necesidades, reivindicando algunos de los muchos papeles sociales femeninos en el conjunto de la sociedad. Todas ellas podrían, eventualmente, llegar a conducir a una cierta valorización y optimización de las potencialidades y posibilidades de las mujeres. Si ese fuese el caso, es razonable considerar que las reformas que se están operando podrían prefigurar la oportunidad del advenimiento de un cambio que actuase así en la creación de las condiciones materiales y sociales que harían viable la aparición de una coyuntura revolucionaria.

Las políticas reformistas dedicadas hasta ahora a buscar la equidad de género dentro del capitalismo han carecido de la ejecución de tareas de carácter transversal que crucen todos los sectores de la sociedad; éstas deberían tener en cuenta las condiciones e intereses específicos de las mujeres. Esto último constituye una necesidad tanto moral como práctica, pues no es sólo una cuestión de justicia social, sino que constituye un factor que haría efectiva y real la igualdad de derechos; por otro lado, se trata de elementos a tener en cuenta en el logro del desarrollo económico y social burgués de cualquier país.

Veamos lo que ha sucedido en los socialismos del siglo XX.

A pesar de los planteamientos pioneros de connotados revolucionarios como Engels (SF), Mariátegüi (SF) y algunos de Lenin (1978) y de la existencia de importantes y valiosísimas mujeres feministas como fue el caso de Rosa Luxemburgo, no hubo liberación femenina en los 70 años de socialismo en la Unión Soviética. Por el contrario, sobre todo durante el stalinismo, las soviéticas continuaron sometidas sin que, en una sociedad que se decía socialista, se llegasen a socializar las tareas domésticas, que en una sociedad que se consideraba socialista, el Estado considerase a la mayoría de las mujeres como otra cosa que los úteros necesarios para la reproducción ampliada y siempre creciente de revolucionarios y revolucionarias.

Lo mismo parece haber sucedido con las otras sociedades socialistas, incluyendo la cubana, a juzgar por las declaraciones de las cubanas revolucionarias asistentes al foro sobre género en el marco del Foro Social Mundial celebrado en Caracas en 2006, quienes señalaban que el carácter democrático e igualitario de la revolución terminaba cuando los compañeros revolucionarios ingresaban en sus hogares.

Equidad de Género y Socialismo del siglo XXI en Venezuela
La necesidad de un nuevo socialismo feminista


Algo que debe ser necesariamente entendido por el liderazgo revolucionario socialista, particularmente en Venezuela, es que la causa originaria de la visión patriarcal de la sociedad es cultural; reside en la toma de posiciones sobre el estatus de los géneros en la sociedad que comprometen al sujeto mismo, que se trata de crear una nueva relación intersubjetiva que garantice la equidad en el disfrute y ejercicio de los deberes y derechos que tienen los hombres y las mujeres en la construcción de la sociedad socialista del siglo XXI. Para eliminar la política burguesa del siglo XX es necesario diseñar y poner en práctica una revolución cultural del siglo XXI que destruya los fundamentos de la concepción patriarcal de la sociedad.

Una política socialista activa de promoción de la mujer en Venezuela, signada por la equidad de género, no sólo debe permitir mejores oportunidades de trabajo a través de planes de desarrollo como se ha planteado con las reformas en el capitalismo, sino que debe incidir en todos los niveles donde la discriminación por género ha operado (que son casi todos). Sin duda, para que ello sea posible, es necesario fomentar el cambio cultural en todas sus dimensiones, especialmente en los papeles y tareas adjudicados a las mujeres, en los parámetros que existen sobre el trabajo y la calificación profesional, en la aceptación de la responsabilidad doméstica compartida por hombres, mujeres y –sobre todo—por la sociedad en su conjunto, en el reconocimiento del papel de las mujeres en la preservación de la vida y el cuidado de niños y niñas, ancianos y ancianas, etc.

Para lograr la meta de la construcción del socialismo venezolano del siglo XXI, es necesario suprimir o contrarrestar los efectos perjudiciales de los estereotipos negativos que manejan muchas personas; así mismo, es sumamente importante alentar la participación de las mujeres en aquellas ocupaciones con mejores posibilidades de desarrollo económico y profesional y en los sectores o cargos en los que están sub-representadas.

Una tarea por demás necesaria es la de adaptar las condiciones de trabajo y ajustar la organización del mismo y los horarios a las necesidades de las mujeres y crear instancias de control para el cumplimiento de las normas.

Todo lo anterior configura un cuadro donde es necesario un profundo cambio cultural, una revolución cultural, en el cual prevalezca la búsqueda de nuevos sentidos, que deben propiciar un perfeccionamiento del sistema de valores éticos y sociales para el nacimiento de la nueva conciencia social, sobre la cual deberá asentarse el cambio estructural futuro.

La transformación del capitalismo hacia el socialismo supone un proceso de cambio histórico revolucionario. Plantearse un proceso de este tipo hace necesario promover la integralidad y los avances que las reformas han que han iniciado en Venezuela para lograr la equidad de género; asimismo, es imperativo consolidar la nueva conciencia social emergente, cultural y política, tanto de los hombres como de las mujeres en las nuevas organizaciones colectivas que existen en la sociedad venezolana. En la situación actual del país, es fácil advertir la necesidad del surgimiento de una forma nueva de relación entre hombres y mujeres y entre ellas y el Estado para que la transformación sea posible; ello hace necesario promover no sólo el movimiento de reforma, sino facilitar la recomposición del tejido social en los diferentes órdenes social, político, económico, cultural e ideológico.

Es de rigor en la sociedad socialista venezolana del siglo XXI enfrentar la relación entre feminismos, ideología, Estado y sociedad. Es notoria la necesidad de la emergencia de una forma nueva de relación entre hombres y mujeres y entre ellas y el nuevo Estado en construcción; sin embargo, es importante reconocer que todo lo anterior requiere más que nunca de las contribuciones de todos y todas y no sólo del Estado. Es imperativo suscitar nuevas búsquedas, nuevos caminos que permitan la acción directa para lograr nuestros objetivos. Es necesario un nuevo y continuado proceso de cambio, con sus propias expresiones políticas que posibilite restituirnos a las mujeres el derecho a ser consideradas ciudadanas en igualdad de condiciones y asegurarnos el reconocimiento a nuestra diferencia. Se precisa que todos y todas podamos comprender la lógica de la nueva ética e incluso de la estética que debe animar a la nueva Sociedad Socialista Venezolana en construcción, imprescindible para poder enfrentar los desafíos que supone el logro de la liberación femenina en una sociedad socialista. Todos estos factores son algo que no podría ni debería subestimarse en una sociedad socialista. Alcanzar estas metas depende de los cursos de acción que puedan adoptar los movimientos feministas venezolanos, pero también y sobre todo la sociedad en su conjunto.

Sabemos que nuestras luchas pueden llegar a ser a veces incómodas y perturbadoras para muchos y especialmente para los gobiernos, pero si lo que se trata es de contribuir a alcanzar una sociedad justa, participativa, protagónica, solidaria, cooperativa, recíproca y soberana ésta debe ser una donde no sean excusa las diferencias culturales, raciales y de género para establecer desigualdades sociales.

Si la sociedad venezolana y dentro de ella los movimientos feministas no rompen con la racionalidad mercantil del sistema liberal capitalista, creando metas que se alejen del mismo y estén regidas por los propios intereses liberadores femeninos, entonces no habrá liberación femenina, pero tampoco habrá una sociedad verdaderamente socialista.

En la indagación que hemos hecho aparece clara la necesidad de generar en la sociedad socialista en construcción una conciencia social más crítica que dé respuesta a la urgencia de transformaciones sociales, no sólo económicas sino básicamente culturales; pero la sociedad venezolana en su conjunto parece moverse por ahora en una dirección opuesta –incluso muy a pesar del Estado Bolivariano--.

Los procesos culturales y los mecanismos de socialización existentes contrastan fuertemente con la necesidad de transformación, debilitándose las oportunidades de lograr la llamada "equidad de género" pues persisten las prácticas y las instituciones hegemónicas de control patriarcal. Cuando hacemos alusión a lo cultural, nos estamos refiriendo a aquellos elementos y procesos con un contenido simbólico que otorga sentidos que legitiman formas de opresión y discriminación hacia las mujeres, base de los conflictos de género, que han diluido la efectividad de las medidas públicas reformistas tendientes a lograr la equidad de género.

El título de la convocatoria de este evento "Equidad de Género en Acción" nos incita pues a postular soluciones para que esa equidad sea una realidad. Esperamos que las anteriores reflexiones que presentamos en esta ponencia sirvan para orientar las acciones tendientes hacia la implementación de mecanismos más complejos, más intensos y sobre todo más eficaces para el logro de esa meta.

Referencias citadas

D´ATRI, Andrea (2006). Pan y Rosas. Fundación Editorial El Perro y la Rana. Caracas.
D´ATRI, Andrea (2007). "El capitalismo y la opresión de las mujeres". A Plena Voz. 23-25.
ENGELS, Federico (S/F). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Ediciones en lenguas extranjeras. Traducido del ruso.
LENIN, I. Vladimir. (1978). La emancipación de la mujer. Editorial Progreso. Moscú.
MARIÁTEGUI, Juan Carlos (S/F). La Mujer y la Política. Lima.
MARIÁTEGUI, Juan Carlos (S/F). Las Reivindicaciones Feministas. Lima.
VARGAS, Iraida (2008). Temas de Género. Monte Ávila Editores. Instituto de Estudios Avanzados (IDEA). En prensa.
VARGAS Gonzáles, Livia (2007). "´Pan y Rosas. Por un feminismo revolucionario". Día-Crítica. 32-34.


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