Aniversario España celebra los 80 años del voto femenino aunque aún queda un largo camino por recorrer para que el mundo sea más justo
mujeres el camino hacia la igualdad
En los comicios generales 124 mujeres han sido elegidas para el Congreso, al igual que la legislatura que ahora acaba · Sólo representan el 35,7% de los 350 diputados
Juan Carlos León / Huelva | Actualizado 08.12.2011 - 01:00Las últimas elecciones generales han llevado a 124 mujeres al Congreso de los Diputados. Un éxito inimaginable hace 80 años, cuando la Constitución de la II República española, aprobada el 9 de diciembre de 1931, no solo convirtió a España en un Estado democrático laico, sino que estableció el sufragio universal, con lo que la mujer conquistó su derecho al voto. España se adelantaba así a países como Francia, Bélgica o Suiza, donde no existía el voto femenino, y se igualó a los países donde las sufragistas habían cambiado el signo de la historia, como Estados Unidos, Inglaterra, Australia o Finlandia. En el franquismo ni hombres ni mujeres pudieron votar con total libertad en las manipuladas y escasas consultas que se dieron durante los 40 años de dictadura. La actual democracia devolvió la igualdad legal a hombres y mujeres con leyes que tratan de combatir la discriminación por razón del sexo.
Las conquistas de las mujeres en la historia nunca fueron fáciles. La dictadura de Primo de Rivera permitió votar, en las elecciones municipales de 1924, a las mujeres "que no estén sujetas a la patria potestad, autoridad marital o bajo tutela superior", lo que venía a significar que las casadas no podían votar para no crear disputas con el marido, así que solo las solteras emancipadas o las viudas adquirieron entonces el derecho al voto.
Tampoco la República vio inicialmente las cosas claras, hasta el punto de que se originó en toda España un fuerte debate sobre si dar o no a la mujer el derecho al voto. La ley electoral en realidad estaba vigente desde 1907, pero el Gobierno provisional hizo algunas modificaciones aprobando en mayo de 1931 un Decreto para que todos los hombres mayores de 23 años pudieran votar, pero en cambio a las mujeres se les denegó tal opción, aunque podían ser elegidas, como los curas, por lo que los cambios electorales en profundidad se pospusieron para la nueva Constitución.
Romper las cadenas de la tradición machista del país y del poder de la Iglesia, que consideraba el voto de la mujer "contra natura", fue una ardua labor que llevó incluso a enfrentarse a dos diputadas progresistas. Victoria Kent (Izquierda Republicana) y Clara Campoamor (Partido Radical) fueron las dos únicas mujeres elegidas en las elecciones de junio de 1931, constituyendo una pequeña isla en aquellas Cortes constituyentes de 465 diputados y a ellas les correspondió defender las posturas opuestas que existían sobre la cuestión. Margarita Nelken (Partido Socialista) se les unió más tarde, tras las elecciones parciales de octubre de 1931, cuando el artículo sobre el voto femenino ya había sido discutido. Nelken se convirtió en la única mujer que estuvo presente en todas las etapas parlamentarias de la República.
En el anteproyecto que se presentó y que defendió el jurista Ángel Ossorio y Gallardo solo se reconocía el voto para las mujeres solteras y viudas, tal como venía sucediendo anteriormente. A la abogada malagueña Victoria Kent, que se había hecho famosa en 1930 por ser la primera mujer del mundo que había participado en un Consejo de Guerra, consiguiendo la absolución de su defendido (Álvaro de Albornoz), le tocó el papel de esgrimir los argumentos contra el voto de la mujer, apoyada por Margarita Nelken, por considerarlo peligroso en aquellos momentos, dado el nivel cultural y social de sometimiento de la mujer, lo que en su opinión podría poner en peligro la propia República: . "No es cuestión de capacidad, es cuestión de oportunidad para la República". Esa inconveniencia fue rechazada de plano por la también abogada Clara Campoamor, incluso contra la opinión de su partido, "Aunque no queráis y si por acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes de nuestro ser, argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros. Desconocer esto es negar la realidad evidente. Negadlo si queréis; sois libres de ello, pero sólo en virtud de un derecho que habéis (perdonadme la palabra, que digo sólo por su claridad y no con espíritu agresivo) detentado, porque os disteis a vosotros mismos las leyes; pero no porque tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer".
Su encendido discurso realizado el 1 de octubre de 1931 fue convincente y aquella Cámara dominada por los hombres aprobó la redacción del sufragio femenino por 40 votos de diferencia (161 síes y 121 noes) . Tres meses más tarde, el 9 de diciembre de 1931, se aprobó la nueva Constitución y aquel proyecto se convirtió en su artículo 36: "Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes".
Esto supuso que algo más de seis millones de mujeres pudieran votar y ser elegidas. Victoria Kent perdió aquella batalla que la hizo muy impopular hasta el punto de que no pudo revalidar su acta de diputada en las elecciones de noviembre de 1933; pero un año después, mostró su espíritu progresista y comprometido, ya que al ser nombrada Directora General de Prisiones, cambió profundamente los reglamentos y la vida en las cárceles, y en 1936 volvió a las Cortes como diputada por Izquierda Republicana. Mientras, en aquellas elecciones de 1933, tal como ella misma había pronosticado, ganaron los partidos conservadores, pero se incorporaron al Congreso -la única Cámara legislativa de la República- tres mujeres de derechas (Francisca Bohigas, María Urraca Pastor y Pilar Careaga) y otras tres de izquierdas (Margarita Nelken, Matilde de la Torre y María Lejárraga). Tampoco Clara Campoamor repitió como diputada e incluso Izquierda República le denegó posteriormente la admisión en el partido, lo que le llevó a escribir un libro que se publicó en 1935: "Mi pecado mortal. El voto femenino y yo".
No solo consiguió el voto para la mujer, sino que también en la Comisión Constitucional, logró una profunda reforma del Código Civil, que incluyó la legalización del divorcio; que a la mujer se le reconociera su total personalidad jurídica; que pudiera mantener su nacionalidad después de casada; la igualdad de los hijos, hayan nacidos o no en el matrimonio; que la mujer tuviera derechos sobre los hijos en plano de igualdad con el padre; que pudiera administrar, también en plano de igualdad, los bienes matrimoniales; que se le reconocieran derechos como madres trabajadoras y se garantizase (teóricamente) la igualdad laboral de hombres y mujeres. En definitiva, la no discriminación por razón de sexo, en una Constitución progresista aprobada en diciembre de 1931, dos meses después de los debates por el voto femenino.
Clara Campoamor no volvería a las Cortes, pero en las elecciones de 1936, el triunfante Frente Popular consiguió introducir a cinco mujeres: Victoria Kent, Margarita Nelken, Julia Álvarez, Matilde de la Torre y Dolores Ibárruri (La Pasionaria). Esta última fue vicepresidenta de las Cortes republicanas en 1937 y de vuelta a España, tras el exilio que siguió a la guerra civil, fue elegida diputada por Asturias y presidió la Mesa de Edad de las primeras Cortes democráticas surgidas tras el franquismo, en junio de 1977. Clara Campoamor murió en el exilio en 1972 y no pudo ver cómo las mujeres recuperaban cuatro años después su derecho libre al voto en el referéndum sobre la reforma política de 1976 y en las primeras elecciones democráticas de 1977, dejando atrás los 40 años de dictadura en los que se instauró un patriarcado en el que la mujer estuvo subordinada al varón, incluso para cosas tan nimias como abrir una cuenta corriente en un banco o, en el caso de la mujer casada, acceder al mundo laboral.
La mentalidad de la época quedó reflejada en el libro de A. Maillo, de 1943, "Los fundamentos de una educación nacional": "El problema de la educación femenina exige un planteamiento nuevo. En primer lugar se impone una vuelta a la sana tradición que veía en la mujer la hija, la esposa y la madre, y no la intelectual pedantesca que intenta igualar en vano a los dominios de la ciencia. Cada cosa en su sitio. Y el de la mujer no es el foro, ni el taller, ni la fábrica, sino el hogar, cuidando de la casa y de los hijos, y de los hábitos primeros y fundamentales de su vida volitiva y poniendo en los ocios del marido una suave lumbre de espiritualidad y de amor". La educación mixta desapareció de las escuelas y las mujeres se formaban para ser buenas esposas y madres, en la más clara tradición conservadora de aquel régimen. Franco fue abriendo la mano poco a poco, sobre todo por las necesidades económico-sociales, hasta el punto de que, ante la previsión del Año Internacional de la Mujer de 1975, nombró dos años antes como alcaldesas a siete mujeres (tenían el cargo de jefas locales del Movimiento), que fueron las primeras y únicas alcaldesas del franquismo. Hasta entonces la mujer solo pudo votar en los referendos orquestados por la autodenominada democracia orgánica para perpetuarse en el poder.
La España atrasada de principios del siglo XX dio un gran salto en derechos civiles con la llegada de la República, pero la falta de una base social en pro de los derechos de la mujer, relegó la batalla a mujeres pioneras que fueron abriéndose un hueco en la conservadora sociedad de la época. Nombres como los de Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal, Concha Espina, María Zambrano o la periodista almeriense Carmen de Burgos (Colombine) fueron rompiendo cadenas sobre la igualdad de sexos, que sirvieron para defender las nuevas propuestas progresistas que la Constitución de 1931 aprobó a favor de la mujer. Supieron trascender sus círculos sociales y convertirse en símbolos inteligentes frente a la tradición defensora de valores discriminatorios.
Por eso, llama hoy la atención, cuando celebramos los 80 años de la aprobación del voto universal en España, que haya países como Arabia Saudita en el que un ligerito paso del rey Abdalá Bin Abdelaziz sea recibido como el gran logro del siglo; todo porque en su misericordia indultase a la activista Shaima Jastiana, quien fue condenada a recibir diez latigazos por, simplemente, conducir su coche. Toda una provocación en el único país del mundo en el que las mujeres no pueden conducir, ni votar, ni tantas cosas. Y eso que este rico país musulmán ya tiene decidido que las mujeres podrán votar en las elecciones municipales de 2015. Para entonces los súbditos de Abdalá ya habrán experimentado cierta cultura democrática, con las elecciones municipales del año 2005 y las recientes, en este 2011,"solo para hombres", como si se tratara de un selecto club victoriano. Las elecciones saudíes son todo un remedo de democracia, ya que no valen para mucho en un país en el que los consejos municipales carecen de contenido y donde el poder absoluto está en manos del rey. Se siente en un país democrático como España que aun haya países discriminatorios con la mujer, en los que se sigue luchando para romper las tradiciones machistas y reivindicar la igualdad de sexos. A las mujeres les queda un largo camino y no les será fácil romper las cadenas que las atan a unas tradiciones, que no solo nos suenan anticuadas sino discriminatorias y contrarias a los Derechos Humanos, tal como están recogidos por la ONU.
En España celebramos esos 80 años del voto femenino, cuando acabamos de tener las últimas elecciones generales, con 124 mujeres elegidas para el Congreso, al igual que la legislatura que ahora termina. Son el 35,7 por ciento de los 350 diputados elegidos, por lo que aún queda lejos del objetivo de llevar más mujeres al hemiciclo dominado por hombres. 66 diputadas son del PP, 42 del PSOE, 5 de CiU, 3 de IU-Los Verdes y 2 de UPyD; mientras que Amaiur, PNV, CC, BNG, GBai y ERC aportan cada formación una mujer diputada. La Ley de Paridad no ha conseguido aumentar el número de diputadas, ya que en 2004 -antes de aprobarse la Ley- en el Congreso de los Diputados se sentaron 125 mujeres. Actualmente, solo Geroa Bai, Coalición Canaria, BNG y UPyD cumplen con la paridad. Amaiur es la formación parlamentaria con peor porcentaje de mujeres elegidas, solo una entre sus siete representantes.
Aquellas mujeres que lucharon por sus derechos, y las que aún hoy lo hacen en cualquier rincón del mundo, no hacen más que reivindicar la igualdad exigible como ser humano y no solo en razón del sexo. Sin duda, conseguir el voto universal fue un paso importante para la sociedad española, pero el camino no acabó ahí y las políticas de igualdad siguen buscando más justicia en este mundo injusto. Si España fue capaz de dar el gran salto de la igualdad, porqué no mantener las esperanzas sobre esas sociedades ancladas en el medievo.
http://www.huelvainformacion.es/article/huelva/1133533/mujeres/camino/hacia/la/igualdad.html
Las conquistas de las mujeres en la historia nunca fueron fáciles. La dictadura de Primo de Rivera permitió votar, en las elecciones municipales de 1924, a las mujeres "que no estén sujetas a la patria potestad, autoridad marital o bajo tutela superior", lo que venía a significar que las casadas no podían votar para no crear disputas con el marido, así que solo las solteras emancipadas o las viudas adquirieron entonces el derecho al voto.
Tampoco la República vio inicialmente las cosas claras, hasta el punto de que se originó en toda España un fuerte debate sobre si dar o no a la mujer el derecho al voto. La ley electoral en realidad estaba vigente desde 1907, pero el Gobierno provisional hizo algunas modificaciones aprobando en mayo de 1931 un Decreto para que todos los hombres mayores de 23 años pudieran votar, pero en cambio a las mujeres se les denegó tal opción, aunque podían ser elegidas, como los curas, por lo que los cambios electorales en profundidad se pospusieron para la nueva Constitución.
Romper las cadenas de la tradición machista del país y del poder de la Iglesia, que consideraba el voto de la mujer "contra natura", fue una ardua labor que llevó incluso a enfrentarse a dos diputadas progresistas. Victoria Kent (Izquierda Republicana) y Clara Campoamor (Partido Radical) fueron las dos únicas mujeres elegidas en las elecciones de junio de 1931, constituyendo una pequeña isla en aquellas Cortes constituyentes de 465 diputados y a ellas les correspondió defender las posturas opuestas que existían sobre la cuestión. Margarita Nelken (Partido Socialista) se les unió más tarde, tras las elecciones parciales de octubre de 1931, cuando el artículo sobre el voto femenino ya había sido discutido. Nelken se convirtió en la única mujer que estuvo presente en todas las etapas parlamentarias de la República.
En el anteproyecto que se presentó y que defendió el jurista Ángel Ossorio y Gallardo solo se reconocía el voto para las mujeres solteras y viudas, tal como venía sucediendo anteriormente. A la abogada malagueña Victoria Kent, que se había hecho famosa en 1930 por ser la primera mujer del mundo que había participado en un Consejo de Guerra, consiguiendo la absolución de su defendido (Álvaro de Albornoz), le tocó el papel de esgrimir los argumentos contra el voto de la mujer, apoyada por Margarita Nelken, por considerarlo peligroso en aquellos momentos, dado el nivel cultural y social de sometimiento de la mujer, lo que en su opinión podría poner en peligro la propia República: . "No es cuestión de capacidad, es cuestión de oportunidad para la República". Esa inconveniencia fue rechazada de plano por la también abogada Clara Campoamor, incluso contra la opinión de su partido, "Aunque no queráis y si por acaso admitís la incapacidad femenina, votáis con la mitad de vuestro ser incapaz. Yo y todas las mujeres a quienes represento queremos votar con nuestra mitad masculina, porque no hay degeneración de sexos, porque todos somos hijos de hombre y mujer y recibimos por igual las dos partes de nuestro ser, argumento que han desarrollado los biólogos. Somos producto de dos seres; no hay incapacidad posible de vosotros a mí, ni de mí a vosotros. Desconocer esto es negar la realidad evidente. Negadlo si queréis; sois libres de ello, pero sólo en virtud de un derecho que habéis (perdonadme la palabra, que digo sólo por su claridad y no con espíritu agresivo) detentado, porque os disteis a vosotros mismos las leyes; pero no porque tengáis un derecho natural para poner al margen a la mujer".
Su encendido discurso realizado el 1 de octubre de 1931 fue convincente y aquella Cámara dominada por los hombres aprobó la redacción del sufragio femenino por 40 votos de diferencia (161 síes y 121 noes) . Tres meses más tarde, el 9 de diciembre de 1931, se aprobó la nueva Constitución y aquel proyecto se convirtió en su artículo 36: "Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de veintitrés años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes".
Esto supuso que algo más de seis millones de mujeres pudieran votar y ser elegidas. Victoria Kent perdió aquella batalla que la hizo muy impopular hasta el punto de que no pudo revalidar su acta de diputada en las elecciones de noviembre de 1933; pero un año después, mostró su espíritu progresista y comprometido, ya que al ser nombrada Directora General de Prisiones, cambió profundamente los reglamentos y la vida en las cárceles, y en 1936 volvió a las Cortes como diputada por Izquierda Republicana. Mientras, en aquellas elecciones de 1933, tal como ella misma había pronosticado, ganaron los partidos conservadores, pero se incorporaron al Congreso -la única Cámara legislativa de la República- tres mujeres de derechas (Francisca Bohigas, María Urraca Pastor y Pilar Careaga) y otras tres de izquierdas (Margarita Nelken, Matilde de la Torre y María Lejárraga). Tampoco Clara Campoamor repitió como diputada e incluso Izquierda República le denegó posteriormente la admisión en el partido, lo que le llevó a escribir un libro que se publicó en 1935: "Mi pecado mortal. El voto femenino y yo".
No solo consiguió el voto para la mujer, sino que también en la Comisión Constitucional, logró una profunda reforma del Código Civil, que incluyó la legalización del divorcio; que a la mujer se le reconociera su total personalidad jurídica; que pudiera mantener su nacionalidad después de casada; la igualdad de los hijos, hayan nacidos o no en el matrimonio; que la mujer tuviera derechos sobre los hijos en plano de igualdad con el padre; que pudiera administrar, también en plano de igualdad, los bienes matrimoniales; que se le reconocieran derechos como madres trabajadoras y se garantizase (teóricamente) la igualdad laboral de hombres y mujeres. En definitiva, la no discriminación por razón de sexo, en una Constitución progresista aprobada en diciembre de 1931, dos meses después de los debates por el voto femenino.
Clara Campoamor no volvería a las Cortes, pero en las elecciones de 1936, el triunfante Frente Popular consiguió introducir a cinco mujeres: Victoria Kent, Margarita Nelken, Julia Álvarez, Matilde de la Torre y Dolores Ibárruri (La Pasionaria). Esta última fue vicepresidenta de las Cortes republicanas en 1937 y de vuelta a España, tras el exilio que siguió a la guerra civil, fue elegida diputada por Asturias y presidió la Mesa de Edad de las primeras Cortes democráticas surgidas tras el franquismo, en junio de 1977. Clara Campoamor murió en el exilio en 1972 y no pudo ver cómo las mujeres recuperaban cuatro años después su derecho libre al voto en el referéndum sobre la reforma política de 1976 y en las primeras elecciones democráticas de 1977, dejando atrás los 40 años de dictadura en los que se instauró un patriarcado en el que la mujer estuvo subordinada al varón, incluso para cosas tan nimias como abrir una cuenta corriente en un banco o, en el caso de la mujer casada, acceder al mundo laboral.
La mentalidad de la época quedó reflejada en el libro de A. Maillo, de 1943, "Los fundamentos de una educación nacional": "El problema de la educación femenina exige un planteamiento nuevo. En primer lugar se impone una vuelta a la sana tradición que veía en la mujer la hija, la esposa y la madre, y no la intelectual pedantesca que intenta igualar en vano a los dominios de la ciencia. Cada cosa en su sitio. Y el de la mujer no es el foro, ni el taller, ni la fábrica, sino el hogar, cuidando de la casa y de los hijos, y de los hábitos primeros y fundamentales de su vida volitiva y poniendo en los ocios del marido una suave lumbre de espiritualidad y de amor". La educación mixta desapareció de las escuelas y las mujeres se formaban para ser buenas esposas y madres, en la más clara tradición conservadora de aquel régimen. Franco fue abriendo la mano poco a poco, sobre todo por las necesidades económico-sociales, hasta el punto de que, ante la previsión del Año Internacional de la Mujer de 1975, nombró dos años antes como alcaldesas a siete mujeres (tenían el cargo de jefas locales del Movimiento), que fueron las primeras y únicas alcaldesas del franquismo. Hasta entonces la mujer solo pudo votar en los referendos orquestados por la autodenominada democracia orgánica para perpetuarse en el poder.
La España atrasada de principios del siglo XX dio un gran salto en derechos civiles con la llegada de la República, pero la falta de una base social en pro de los derechos de la mujer, relegó la batalla a mujeres pioneras que fueron abriéndose un hueco en la conservadora sociedad de la época. Nombres como los de Emilia Pardo Bazán, Concepción Arenal, Concha Espina, María Zambrano o la periodista almeriense Carmen de Burgos (Colombine) fueron rompiendo cadenas sobre la igualdad de sexos, que sirvieron para defender las nuevas propuestas progresistas que la Constitución de 1931 aprobó a favor de la mujer. Supieron trascender sus círculos sociales y convertirse en símbolos inteligentes frente a la tradición defensora de valores discriminatorios.
Por eso, llama hoy la atención, cuando celebramos los 80 años de la aprobación del voto universal en España, que haya países como Arabia Saudita en el que un ligerito paso del rey Abdalá Bin Abdelaziz sea recibido como el gran logro del siglo; todo porque en su misericordia indultase a la activista Shaima Jastiana, quien fue condenada a recibir diez latigazos por, simplemente, conducir su coche. Toda una provocación en el único país del mundo en el que las mujeres no pueden conducir, ni votar, ni tantas cosas. Y eso que este rico país musulmán ya tiene decidido que las mujeres podrán votar en las elecciones municipales de 2015. Para entonces los súbditos de Abdalá ya habrán experimentado cierta cultura democrática, con las elecciones municipales del año 2005 y las recientes, en este 2011,"solo para hombres", como si se tratara de un selecto club victoriano. Las elecciones saudíes son todo un remedo de democracia, ya que no valen para mucho en un país en el que los consejos municipales carecen de contenido y donde el poder absoluto está en manos del rey. Se siente en un país democrático como España que aun haya países discriminatorios con la mujer, en los que se sigue luchando para romper las tradiciones machistas y reivindicar la igualdad de sexos. A las mujeres les queda un largo camino y no les será fácil romper las cadenas que las atan a unas tradiciones, que no solo nos suenan anticuadas sino discriminatorias y contrarias a los Derechos Humanos, tal como están recogidos por la ONU.
En España celebramos esos 80 años del voto femenino, cuando acabamos de tener las últimas elecciones generales, con 124 mujeres elegidas para el Congreso, al igual que la legislatura que ahora termina. Son el 35,7 por ciento de los 350 diputados elegidos, por lo que aún queda lejos del objetivo de llevar más mujeres al hemiciclo dominado por hombres. 66 diputadas son del PP, 42 del PSOE, 5 de CiU, 3 de IU-Los Verdes y 2 de UPyD; mientras que Amaiur, PNV, CC, BNG, GBai y ERC aportan cada formación una mujer diputada. La Ley de Paridad no ha conseguido aumentar el número de diputadas, ya que en 2004 -antes de aprobarse la Ley- en el Congreso de los Diputados se sentaron 125 mujeres. Actualmente, solo Geroa Bai, Coalición Canaria, BNG y UPyD cumplen con la paridad. Amaiur es la formación parlamentaria con peor porcentaje de mujeres elegidas, solo una entre sus siete representantes.
Aquellas mujeres que lucharon por sus derechos, y las que aún hoy lo hacen en cualquier rincón del mundo, no hacen más que reivindicar la igualdad exigible como ser humano y no solo en razón del sexo. Sin duda, conseguir el voto universal fue un paso importante para la sociedad española, pero el camino no acabó ahí y las políticas de igualdad siguen buscando más justicia en este mundo injusto. Si España fue capaz de dar el gran salto de la igualdad, porqué no mantener las esperanzas sobre esas sociedades ancladas en el medievo.
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